martes, noviembre 17, 2009

Fiebre de Padura, reencuentro virtual.

_
Nunca había leído la primera novela de Padura, aún cuando a esa historia me ligaron ciertos acontecimientos a comienzos de los noventa. Como tanta gente, bebí cada una de las entregas del investigador Mario Conde y demás títulos posteriores, pero nunca me había tropezado con Fiebre de caballos. Me tocó hacerlo en la Feria del Libro de Hermosillo, mientras cuidaba por unas horas el stand de la empresa Cubalía. Nada me pareció mejor para sobrellevar el sopor de la tarde que leer alguna de las novelas que esperaban para ser vendidas, y por suerte entre ellas estaba aquel primer libro ochentero de Leonardo Padura, en una edición revisada del 2002.

Aunque alguna vez fuimos presentados por un amigo común en los jardines de la UNEAC, no puedo decir que conozca a Padura más allá de un efímero apretón de manos y algunas olvidables frases de ocasión. No obstante, este autor es de esos que dejan en la gente una sensación de familiaridad, incluso en quien jamás lo vio y puede sentir, al leerlo, que Padura es de esas personas que habitan muy cerca, no sólo en la geografía sino también en las costumbres, alguien que te cuenta de tu propia vida y lo hace con tus propias palabras.

A comienzos de los noventa, estudiaba yo en el Instituto Superior de Arte, y había actuado recién en una película del ICAIC, probando por corto tiempo esa incómoda condición de ser un rostro reconocible por la calle. Pude haber continuado desempeñándome como actor, quizás en la televisión como tantos de mis condiscípulos, pero decidí especializarme en Dirección Escénica y mi maestra, María Elena Ortega, se mantenía intransigente, negada de plano a que me distrajese de mi formación con algo tan volátil como la televisión.

Entonces comenzó a aparecerse en el instituto un equipo del ICRT, a escondidas de la venerable pedagoga, sonsacándome a sus espaldas para que aceptara el personaje protagónico de una teleserie. Ese proyecto, según me contaban, era una adaptación de la novela Fiebre de caballos, de Padura.

Me ofrecían un inmejorable personaje protagónico, el Andrés, jovencito con el trauma de su virginidad en vías de liquidación, pelotero de liga juvenil, novio de una chica de su pre, y enamorado de su vecina de más edad, una pintora bastante alocada que, según me dijeron, era un personaje inspirado en Zaida del Río.
.
Me tentaban con las actrices que ya habían aceptado el trabajo: para novia, Laura de la Uz, la excelente y recién estrenada actriz de Hello Hemingway, y como la amante experta, una quimera de mi infancia, adorable Teresa Canelo, novia de Juan Quinquín, la actriz Yolandita Ruiz. Curiosamente no había caballos en la historia, a no ser los que dibujaba el personaje Cristina, pero si bien no tendría cabalgatas por el campo, porque la historia era en extremo habanera, sí podría darme el gusto de aparecer como un pelotero de gran talento, y conectar espectaculares hits ficticios delante de la cámara.
.
De cualquier modo, opté por obedecer a mi maestra del ISA, y dejar para otro momento esa inquietud de actuar en la televisión. Además, el país estaba ya en plena crisis, y evidentemente el proyecto se vino abajo, porque jamás se llegó a grabar la adaptación de aquella novela. Unos diez años después, cuando pasé a trabajar en la televisión a tiempo completo, muy poca gente del organismo recordaba aquel intento de teleserie. Ni siquiera estaban ya por allí aquellos señores que acudían furtivos a Cubanacán para sonsacarme a escondidas de mi maestra. Tampoco se hicieron jamás versiones de los libros de Mario Conde, pero esa es otra historia, que el tema de los policíacos en la televisión cubana merece una entrada aparte.
.
Ahora, sentado en el stand de la feria, en la plaza frente a la Catedral de Hermosillo, me reencuentro con aquella novela que, por alguna extraña razón, nunca había leído. Me la devoré en unas horas, disfrutando no sólo con los avatares de Andrés, el jovencito sublevado ante el fatalismo de su postergada virginidad, o con las escenas de una Habana que concuerda hasta niveles absurdos con mis memorias de juventud, sino también con la fabulación personal acerca de cómo hubiera sido si al cabo me hubiese tocado actuar en aquella serie de televisión – una serie hipotéticamente no malograda a causa de la crisis – teniendo, por demás, el honor de encarnar al primer personaje novelado de Leonardo Padura.

_
_

2 comentarios:

Jorge Ignacio dijo...

wichy: me leí "Fiebre de caballos" en su edición príncipe, de la UNEAC, creo. fue muy agradable lectura, sobre todo por el erotismo que desarrolla en la historia. No sabía nada de la adaptación a la tele,...Padura fue el oponente de mi tesis de grado. lo recuerdo con cariño. un abrazo.

Rodrigo Kuang dijo...

Sí, hermano, recuerdo tu post sobre Padura, un excelente escrito, por cierto. Lo de la serie de televisión, ya ves, muy poca gente se enteró de eso, fue a comienzos de los noventa y nunca se llegó a grabar. Después del 2000, en el propio ICRT no quedaba mucha memoria de eso, ni encontré quien me dijera el nombre del adaptador. No leí la versión original del libro, pero en el prólogo de esta, Padura dice que cambió algunas cosas, frases o palabras que ya no le gustaban. Refiere que estaba renuente a reeditarla, por considerarla material de una época diferente, con un conflicto juvenil que ya no es común en Cuba, acaso por la realidad que tanto cambió de los 80's a acá, pero que estando en una provincia, en una biblioteca le dijeron que el único ejemplar que tenían estaba ya tan desecho que no lo prestaban más. Así que se decidió y permitió la reedición.