lunes, diciembre 28, 2009

Mi abuelo me contó de la tercera dimensión.

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Cuando era niño, a veces mi abuelo me contaba sobre un mágico cine que hubo en La Habana de los años cincuenta. Me decía que con unas gafas especiales era posible ver una película en tres dimensiones, y que la gente se cubría la cara cuando, mirando Museo de cera, algún personaje lanzaba algo en dirección al lente. Supongo que el arrobamiento de mi rostro infantil, en aquel entonces, sería muy parecido al que tuve ayer en la tarde mientras participaba de la experiencia Avatar, el último estreno de James Cameron, en una sala de Cinemark acondicionada para 3D.

El encantamiento va más allá de la historia misma que cuenta la película – una sencilla trama medio Rambo, medio Danza con Lobos, con el héroe americano que conquista a la hija del jefe y salva al planeta del villano desquiciado, eso sí, con una bella tesis acerca de la armonía espiritual entre los humanos y la naturaleza – y se estimula a partir de una puesta en pantalla alucinante, con los detalles de la animación llevados hasta límites casi imposibles de creer, y donde los sentidos alcanzan un orgasmo múltiple con las formas y el sonido de la tercera dimensión.

Desde las pequeñas hojas que se desprenden y que casi pueden tocarse con las manos, hasta una granada de humo que casi te pega en un hombro, todo transcurre en la prestidigitación de un espectáculo tridimensional, multiplicado en texturas insospechadas, auténticas.

Y mientras me pregunto cómo voy a enfrentar otra vez una película convencional en dos dimensiones, mientras ya los japoneses están anunciando para el 2010 el lanzamiento de una pantalla de televisión en 3D, también me pregunto cuándo mi gente de La Habana podrá disfrutar de un espectáculo como el que vi ayer en la tarde. Sé de muchos de mis amigos que se sentirían como yo cuando mi abuelo me contaba del cine en tercera dimensión, sé de muchos que escucharían como algo místico la narración de cómo me puse los lentes y entré al mundo de Jake y Neytiri. Porque los cines de La Habana, esos que aguantan estoicos cada Festival de Cine, siguen con la misma tecnología de mitad del siglo XX, y ya escasea incluso la película en celuloide, sustituida por copias piratas de vídeo. Para muchos de mis amigos de allá, gente valiosa y trabajadora, aún es un lujo comprarse un simple reproductor de DVD, así que la era de las multisalas y el cine en tercera dimensión parece bien lejana todavía en el horizonte de sus sueños.
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Ojalá me equivoque. Ojalá el 2010 que casi llega – desde febrero 14, el año nuevo lunar Tigre de Metal – sea un año de grandes cambios. Ojalá mis amigos de La Habana puedan ver como yo lo hice, si no la segunda parte, al menos la tercera o la cuarta de la saga de Avatar.

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2 comentarios:

Aguaya dijo...

Rodrigo, me he quedado pensando en lo mismo todos estos días: "cuándo llegará todo eso a Cuba?".

Me identifico totalmente con tu comentario sobre la película, así es como me llegó la misma. Gracias por tu comentario en mi blog! por él llegué a tu post...

Saludos desde Berlín!

Anónimo dijo...

ya vi la película en 2D, pero despues de leer esto, ire de nuevo a verla, en 3D, que no me quiero perder esas cosas tan buenas de las que escriben tu y Aguaya.