martes, junio 01, 2010

Los años de Cubanacán.

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Aquellos fueron años felices, con todo y la crisis económica. Impartir clases en la Escuela Nacional o en el Instituto Superior de Arte se volvió para muchos de nosotros una especie de refugio, un microcosmos donde la vida parecía funcionar con otras reglas. Pasábamos muchas horas enseñando, conviviendo, apasionándonos con mayor o menor fe y sentido de la verdad.

Cubanacán, aquella localidad habanera que agrupaba al grueso de las escuelas de arte, se volvió un influjo difícil de resistir. Los salarios ya se habían vuelto estipendios simbólicos, pero no íbamos allí a trabajar por el dinero. Es más, a la vuelta del mes, era normal descubrir que habíamos gastado más en el transporte al trabajo que la magra cantidad que traía el sobre de los honorarios. Íbamos a Cubanacán porque allí se podía jugar a que la existencia misma y el arte podían ser algo alternativo al deprimente espíritu de los noventa en La Habana.


Los muchachos en la Escuela de Teatro venían de cualquier parte del país. Dormían, comían y tenían mucho sexo en los cubículos del albergue, cada uno con dos literas desvencijadas, unas taquillas de cartón tabla donde guardar lo poco que tenían y alguna mesita vieja que a veces podía tener su cocinita eléctrica encima, invitando al corto circuito con sus resistencias oxidadas. Pasaban muchas horas entrenando y ensayando para los exámenes, y en el tiempo libre se aventuraban a los espacios culturales de una ciudad caótica, moviéndose como podían, desde el paradero de las guaguas con unas colas kilométricas o saliendo a la 5ta Avenida a conseguir aventón.


La alegre promiscuidad también ayudaba a que nos confundiésemos alumnos y profesores. Los maestros más viejos ya habían comenzado a desistir del sacrificio mal retribuido, y las cátedras comenzaban a poblarse de jóvenes con poco tiempo de graduados. Éramos una masa humana con las jerarquías sólo identificables dentro de la clase y a la hora de adjudicar o recibir calificaciones. Fuera del aula éramos los mismos jóvenes inseguros, hormonalmente irresponsables, tarados y despolitizados. Un buen sexo detrás del escenario oscuro, en medio de un apagón, era más interesante que preguntarnos qué diablos estaba pasando con la utopía marxista.


Hoy día muchos de nosotros, en otras partes del mundo y ya con la suficiente madurez y el compromiso legal que imposibilita el sexo con alumnas, aún impartiendo clases similares, sabemos que nada va a compararse jamás con aquel universo surreal, idealista, humilde y feliz de Cubanacán.


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Yaíma Alé, hoy emigrada en Tampa, actuando en mi montaje El Circo
de la Vida, en una de las aulas de Cubanacán. La obra fue luego estrenada
en el Guiñol Nacional de Cuba, a escondidas de la directora de la escuela,
un cuadro del partido que estaba negada a que los estudiantes se vinculasen al
mundo real del teatro.
La foto cabecera pertenece a un examen de Sergio Barreiro, camarada
muy apegado a Cubanacán (hoy radicado en España), pocos años después,
en un espacio muy alternativo al fondo de la escuela.

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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay algo que definitivamente no se puede negar... ni las largas horas de ensayo, el hambre, el calor desconcertante ni todas las necesidades que pasabamos lograron nunca que se apagara el amor que sentiamos por las tablas... sí... era fantasia, pero una ilusion maravillosa.
Como pocas veces ocurre en Cuba, ninguno de nosotros estabamos allí por miedo u obligación. Todos vivíamos una etapa inolvidable y las dificultades eran opacadas por una simple razon.... nos movia la pasión.
Personalmente la ENA no fue solo una escuela de arte para mi, fue mi preparacion para la vida. No creo que habria tenido c... para vivir el resto de lo que me esperaba ni no hubiera vivido esos años.

Anónimo dijo...

Ese mundo que describes era realmente así de convulso. Pero yo lo viví diferente. Creo que a causa de no ser artista. Para ustedes el desenfado es consustancial. Yo, lamentablemente, le ponía mucha racionalidad a mis conductas y osaba encuadernar el caos. Agrégale los miedos (que hoy te parece vienen solo desde las leyes, pero que pueden emanar también de prejuicios o de códigos éticos inveterados), que funcionan como auténticos frenos de conciencia.
En aquel perenne carnaval que describes (y que me consta), yo tuve una de las más significativas historias de amor de mi vida.
Debe existir ya, pero yo no la conozco, una categoría en las “ciencias humanas” que asuma la paradoja que supone que algo, pretendidamente efímero, permanezca. El caso de tu amiga sería la ilustración ejemplar de ello.
No puedo reconstruir hoy cómo me involucré, pero hay un detalle decisivo. No fueron las nalgas, sino la voz. Aquella chica hablaba diferente. Tanto, que creí primero que era fingido, que en aquel submundo montar un personaje no sería difícil. Después se lo atribuí a la villaclareña procedencia. Pero no, la mujer era auténtica. Y para mí era extraordinario encontrar una dama que, en medio de la decadencia sociocultural a la que asistíamos, hablara correctamente. Eso me sedujo. Ya después venían los complementos. Detrás de la palabra había inteligencia. Y ya, ante eso, sucumbo. Hice entonces lo que muy pocos de los beneficiarios de aquellas orgías que comentas. Me presenté en su casa. Di la cara ante la familia e hice lo posible por no parecer victimario. Peor aún, la llevé a mi casa y la presenté a mis amigos, e hice todo lo posible por no parecer víctima.
A diferencia de la promiscuidad de cubículos o del palo fácil como sucedáneo de felicidad que nos recuerdas, esta historia fue otra, intensa y tierna. Se nutrió de muchos poemas que nunca se entregaron, de muchos miedos que no vencí a tiempo, de mucho sexo en un sofá del apartamento a la vuelta del Habana Libre, … sin apagones. Y después… de muchos años de mutismo (a mí que me encantaba escucharla).
Ahora paso un curso “emergente” para hacerme mago. Quiero aparecerla.

Rafael.

Anónimo dijo...

Rafael, que tu magia resulte...!

Rodrigo Kuang dijo...

Sigo insistiendo, mi hermanito, en que deberías abrir tu blog y contar muchas cosas.
Sí, lo que dices es cierto. Aunque me enfoqué en la generalidad del divertimento, allí hubo mucho también de pasión real y vivencia auténticamente romántica. Algunas veces emergía la epopeya y grendes momentos shakespereanos también aliviaban a la fea crisis, el verso fluía como agua en las agendas rusas. También guardo relaciones serias que se rompieron por razones ajenas a la voluntad. A veces, como tu objeto de catarsis, emigraban y nos dejaban con el gusto en los labios. Al final, como dijera la poetisa, todos se van, y henos aquí reviviendo lo mejor de aquella época, a la que el amigo Camilo Venegas (otro sobreviviente de Cubanacán) calificó una vez como un tiempo en el que éramos "comemierdamente felices".

Eufrates del Valle dijo...

Por tu post estimado Rodrigo, me parece que Cubanacan quedo como bastion de la energia de los 80. No vivi los noventa en Cuba, pero esto que narra se parece mucho a lo que se vivia en la decada anterior.

Me alegro de leerlo, pues toda la referencia que tengo de los 90 es de una crisis de valores total dado el periodo especial donde la subsistencia (y la miseria humana que trae la misma) vencio la magia que todavia habia en la Habana anos antes.

Saludos!

Rodrigo Kuang dijo...

Querido Éufrates, de cierta manera en los ochenta pasaba algo similar. Esa fue mi época estudiantil y es cierto que la gozanza erótico-intelectual estaba muy presente. La diferencia básica la puso la crisis, y a mayor crisis, mayor necesidad de evasión. Con lo que te comprabas diez maltas y cuatro pizzas en La Cocinita de los ochenta, ya para los noventa no te daba ni para un masarreal.

Anónimo dijo...

Agradecido con el anónimo que deseó que resultara la magia. Quiero decirle que sí, apareció. Sin voz, lamentablemente. De estricto contacto virtual. Pero algo es algo.
Perdón Rodrigo, por aprovechar el efecto catártico de tu escrito.

Tenchy Tolón dijo...

Regados por el mundo los talentos de la isla... que no muera jamás el amor, los deseos, los recuerdos... Gracias Wichy por tus maravillosas memorias.