sábado, junio 19, 2010

Una vez más, Virulo.

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Es difícil hilvanar recuerdos y emociones cuando se está delante de un ídolo de la juventud. Los héroes de mi adolescencia, sin discusión, fueron Bruce Lee y Virulo. El primero ya había muerto cuando supe de sus películas, pero el segundo sigue hoy tan vivo y tan original como en aquellos años en que llegaba yo de mi secundaria directo a poner “La historia de Cuba” en el tocadiscos.


Sentado muy cerca del escenario en el restaurante Está Cabral, compartía anoche con Doris y Emilio, matrimonio amigo, algo de estas viejas memorias, mientras comíamos chivichangas y aguardábamos la llegada del humorista. Si bien es cierto que a Virulo lo quieren mucho en México, lo que conocen de él suele comenzar en la obra posterior a su llegada a este país. Allá en la isla quedaron “El Chevy”, “La Guagua” y “El penetrado cultural”, y no hay manera humana de referir a los de acá, con justicia, la descomunal popularidad del espectáculo “La esclava vs. Árabe”, porque la mayoría ni siquiera recuerda a aquella telenovela mexicana que hace años compartió parodia con la serie brasileña en el enorme escenario del Karl Marx.


No creo puedan imaginar lo que para nosotros significó disfrutar en La Habana del Conjunto Nacional de Espectáculos, esa compañía heterodoxa que Virulo creó, y que lo mismo acogía a un actor ilustre como Carlos Ruiz de la Tejera, que catapultaba a la fama, como imprescindible comediante futura, a una bailarina como Carmencita Ruiz.


Convendría ser cubano, y más aún, habanero crecido en los ochenta, para aproximarse a aquella inefable sensación de alegría que significaba darse un salto hasta Miramar en la ruta 81, cada vez que Virulo estrenaba un espectáculo. Él y Héctor Zumbado, sin duda alguna, fueron las cabezas creadoras que mejor manejaron el humor de aquellas décadas cubanas. Ambos dejaron un inequívoco testimonio de los disparates sociales, de la absurdidad subyacente en el aparato estatal en una época de artificial holgura económica, una época con camisas Yumurí y latas de carne rusa que a veces tendemos a idealizar.


Alejandro García, Virulo, hace reír hoy a personas de diferentes nacionalidades. Sus humoradas, mezcla de bufo y stand-up comedy, entremezclan ahora códigos cubanos y universales que se sostienen, sobre todo, en los tantos años de residir en México, en las inevitables tradiciones comparadas, en la trascendencia ridícula de muchos de nuestros símbolos nacionales exportados, y en la reivindicación de nuestras más queridas raíces de guaracha y choteo criollo.


A la postre, si bien es ya difícil conversar con uno de mis ídolos de juventud, a no ser a través de una espiritista, con el otro sí fue todo un placer departir anoche en aquel espacio bohemio de Hermosillo, hablar de amigos comunes, de cosas alegres como las sanas locuras de Moisés Rodríguez o cosas tristes como el fallecimiento de Jorge Guerra. Virulo había divertido a un montón de mexicanos, y una vez más, yo regresaba a casa como colgado al estribo de la ruta 81, de Miramar a Marianao, tarareando feliz algún estribillo jodedor.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

No me canso de escuchar el monólogo del mole, da gusto tener por acá a un comediante como él. Buen artículo, que nos acerca a su importancia en Cuba. Saludos a los cubanos de Hermosillo y que les crezcan muchas más papilas gustativas a todos.

Martha R. dijo...

Virulo debe estar contento que lo compararon con Bruce Lee, jajajajaja, pero en serio, es un humorista brillante, aunque no sepa kon fu.

Rodrigo Kuang dijo...

Martha, no sé si estará feliz por eso y creo que, en efecto, no es de los que tiran patadas voladoras, pero sí es una bella persona. Aquí te comparto un mensajito que me mandó, luego de leer este post:

Gracias hermano.
Generoso y cercano.
Un abrazo.

Que me disculpe por hacerlo público, pero creo que también es un buen ejemplo de su modestia.