La Habana (AIN) Para sorpresa de todo nuestro pueblo, y para escarnio del imperialismo norteamericano, esta tarde, en emisión especial de la Mesa Redonda, se dio a conocer la noticia de que Jaime Ortega y Alamino, conocido como Cardenal y Arzobispo de La Habana, en realidad se desempeñaba como agente de la Seguridad del Estado, operando con el sobrenombre de “Capellán Tormenta” desde la primavera de 1967, o sea, desde hace ya 45 años.
Ortega declaró ante las cámaras de la televisión cubana que gracias a la ardua labor de la inteligencia cubana, hoy día la Iglesia nacional tiene el índice más elevado del mundo en sacerdotes altamente calificados en la Ñico López, la Escuela Superior del Partido Comunista. Comentó asimismo que sus comienzos como agente datan de los difíciles años en que, por haberse iniciado en el sacerdocio, fue confinado a la UMAP (Unidad Militar de Ayuda a la Producción, que la propaganda enemiga siempre sitúa como un campo de concentración castrista para religiosos, homosexuales y desafectos, y que aún siendo eso mismo, no deberían estarlo diciendo tanto, porque ya quienes la construyeron, se arrepintieron), de cuando lo obligaron a hacer trabajos forzados en la caña, y al no aguantar los malos tratos, decidió aceptar la propuesta del entonces teniente Reinier, quien le sugirió que, si quería salir de allí, mejor que se convirtiera en agente de la seguridad y penetrase las altas esferas de la iglesia católica, ese organismo vendido a los intereses de la aristocracia batistiana. “Acepté con orgullo revolucionario”, dijo el agente, “cuando el teniente me dijo que si no lo hacía, me mandaba para Bolivia con el Che Guevara”…
Desde entonces el agente Capellán Tormenta vivió la doble existencia de un revolucionario y un eclesiástico, escalando posiciones poco a poco hasta convertirse en un flamante cardenal al servicio de la Revolución. Entre sus méritos mayores está la deportación en masa de casi todos los presos políticos encauzados en el 2003, con lo cual le sacó de encima al gobierno un señor problema en el futuro inmediato. También colaboró desde el anonimato con la efectiva estrategia oficial de no hacerle caso a ningún disidente y mantenerlos rezando el mayor tiempo posible, aunque desalojándolos de los templos cuando la cosa se ponía fea.
Interpelado acerca de su más reciente misión, a raíz de la próxima visita del papa Benedicto XVI, respondió: “Hemos conseguido, después de años de sacrificio, que el papa venga a Cuba convencido de que aquí no hay ningún problema, que las Damas de Blanco son mercenarias, que gritan muy alto y que eso le puede hacer daño en el oído, pero sobre todo, convencido de que aquí nunca hubo persecución a los religiosos…”
Reunido con vecinos de su antiguo barrio habanero, así como con otros agentes ya revelados en anteriores emisiones del programa (que llegaron desesperados por conocer a su más reciente colega, y por comer los bocaditos que trajeron los compañeros del MININT para el motivito), y luego de un solemne acto donde unos pioneritos le cantaron “Noche de paz” y “El himno del Ejército Juvenil del Trabajo”, Ortega reconoció que dejar de vestir los hábitos, y con ellos los privilegios que ostentaba como alto ministro de la iglesia católica, no era nada comparado con el orgullo de pertenecer a un pueblo digno, un pueblo que resistirá al injusto bloqueo imperialista aunque tenga que permanecer cincuenta años más comiendo pasta de oca. Aclaró que, debido a la costumbre, usaría por algún tiempo una vieja bata de casa que perteneció a Vilma Espín, y que le regaló el presidente Raúl Castro en un gesto inolvidable.
“Raúl y yo hemos compartido mucho más de lo que ustedes pudieran imaginarse”… Y quedó así, con los ojos en blanco, acaso rememorando sus antiguas oraciones a Dios o al comandante en jefe, mientras caían los créditos del programa especial “Las razones de Cuba”, transmitido por los servicios informativos de la televisión cubana.
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