martes, junio 18, 2013

Los viejos hombres nuevos

El "bulliyng contrarrevolucionario".

(publicado en Revista Replicante)


El sueño del castroguevarianismo en Cuba fue, durante muchos años, la conformación y diseminación de un ideal humano que representaría al ser perfecto, al producto más exquisito de la revolución moderna. Para conseguirlo se invirtieron todos los recursos disponibles. Nada parecía más importante que la fabricación del Hombre Nuevo, un individuo ineludiblemente amasado durante sus años juveniles, y que además de convertirse en símbolo de la sociedad más justa del mundo, también ayudaría, en un futuro cercano, a liberar del yugo capitalista al resto de las sociedades. 

Y aún a pesar de que el Hombre Nuevo cubano nunca pudo reverdecer más allá del adoctrinamiento y las manías de trascendencia, el influjo de su utopía cruzó los mares y se esparció incontenible por el mundo, en especial por el mundo colindante. Es imposible concebir un movimiento, una insurrección, una manifestación de jóvenes latinoamericanos que, desde los años sesenta hasta el sol de hoy, no lleve bien guardadas en sus mochilas las consignas, los lineamientos éticos y la violencia del modelo guevariano. 

México se ha mantenido firme alimentando la trinchera de sus revolucionarios juveniles. Es probable que el panorama político, la estructura del estado mexicano no hayan cambiado en lo esencial desde aquellas duras batallas urbanas de los sesenta. Tampoco ha variado, generaciones mediante, el esquema ideológico, la retórica y las tácticas de cada movimiento antisistema. Pero el modelo original de rebeldía, el faro y guía de la gesta revolucionaria sí cambió, y cambió diametralmente desde hace décadas, sin que sus prosélitos alcanzaran siquiera a darse por enterados.

No sólo el proyecto del Che Guevara quedó trunco en los áridos campos bolivianos, con todo y su ambición de gran academia para la formación de guerrilleros, aquellos que supuestamente cortarían los tentáculos del pulpo imperialista en cada nación del continente - deviniendo en tremendo papelón histórico que por arte de magia mutó en epopeya heroica - sino que la propia armazón de la nueva sociedad cubana se fue desintegrando sin remedio, de paso tirando al ícono del hombre perfecto a un basurero de supervivencia, doble moral y sobre todo, a un consumismo patético siempre alejado del mundo real, controlado por el arribismo y la impostura. El paradigma cubano del joven revolucionario, desinteresado, internacionalista y humano desaparecía en la crisis de los balseros, a mediados de los noventa. Pero eso nunca llegó con todas sus letras a los oídos de los jóvenes progresistas del hemisferio, esos que rara vez actúan sin el apoyo de banderas y héroes familiares.

La versión progre de la debacle cubana, por ósmosis ideológica, iría de la mano del pretexto castrista: la culpa de todo la tiene el imperialismo, nuestra gran revolución habría salido adelante de no ser por el criminal bloqueo y esta valiente isla seguirá enarbolando las ideas comunistas en las mismas narices de los Estados Unidos, cueste lo que cueste. Socialismo o muerte, valga la redundancia. 

La publicidad de los medios oficialistas cubanos era todo lo que la izquierda internacional quería escuchar. Cualquier argumento que intente ensuciar el precioso libro de la revolución, será considerado reaccionario, oligárquico y satánico. Cualquier fantasía que ampare a la lucha violenta contra el estado capitalista como una lucha legítima será bienvenida y reproducida con amor, con lealtad, con devoción. 

Y la izquierda mexicana de calle, mayormente juvenil - hago la salvedad para más o menos diferenciarla de la izquierda partidista oficial, aunque a menudo sus fronteras se difuminen o se influyan mutuamente - se ha resistido por décadas a abandonar sus carteles con fotos del Che Guevara, con todo y sus ilusiones de guerra de guerrillas, en un mole muy picoso donde nunca dejan de participar imágenes bolcheviques de un idílico Jósif Stalin, refritos de anarquía española, la máscara de Guy Fawkes, o simplemente un pasamontañas que, en el caso mexicano, remite sin objeción al ícono del zapatismo. La coincidencia en materia de moda con el clásico asaltante de banco sería tema para otro estudio, dado que aún no se hace del todo posible establecer una diferenciación y/o deslinde entre las neuralgias revolucionarias de los actuales movimientos juveniles mexicanos y su responsabilidad en actos vandálicos, robos y destrucción de la propiedad ajena.

Lo que sí salta a la vista es el discurso. Los jóvenes que toman la rectoría de la UNAM enarbolan las mismas consignas de los maestros violentos de Guerrero. Dicen a una tolerante y casi maternal Carmen Aristegui en entrevista exclusiva para Noticias MVS, que los medios de comunicación los quieren linchar, que han desatado una campaña de odio y desinformación para hacerle creer a la opinión que son sólo una pandilla de vándalos. O sea, que no son revolucionarios sino delincuentes. Bullying contrarrevolucionario.

Es, en esencia, el mismo argumento que han usado los hermanos Castro por medio siglo, el mismo argumento que usa el gobierno madurista en Venezuela y el mismo argumento de los maistros de la CETEG. La prensa pagada por la oligarquía los quiere linchar, son periodistas fascistas, son agentes de la CIA. Todo es mentira, todo es una campaña de desinformación que pretende enlodar las sanas intenciones de lucha de los humildes, los desplazados y los desposeídos en contra del poder. La única diferencia es que en México el poder es el enemigo. El poder de Cuba y Venezuela - si no que me desmienta la ferviente chavista del PRD, doña Dolores Padierna - es un poder aliado, un poder bueno, independientemente de lo que opinen los cubanos, a fin de cuentas en Cuba la opinión es lujo, o las protestas de los estudiantes venezolanos que, según el programa de la izquierda ortodoxa sólo serían un puñado de hijitos de papá, unos burguesitos majaderos que no valoran lo que tienen.

Para ellos, lo de menos es si existen evidencias más que suficientes del vandalismo, del mural grafiteado de Siqueiros, de la destrucción, de los robos. Lo de menos es que sus aliados, los maestros de Guerrero, protagonizaran ante las cámaras uno de los más obvios y barbáricos ataques a la propiedad ajena que hayan tenido lugar en los últimos años, destruyendo y quemando inmuebles, lo de menos es que ellos mismos hayan salido de la rectoría con tubos y piedras, directo a dañar edificios históricos y a atacar a guardias desarmados que apenas atinaron a defenderse con sus escudos, lo de menos es que ni esos jóvenes indignados ni los docentes violentos hayan sido tocados siquiera con el pétalo de una rosa. No importa, seguirán reclamando su derecho a la libre expresión y por nada del mundo renunciarán a la utopía de la revolución y el socialismo.

Para estos chicos, de eso se trata ser revolucionario. Si hay que repetir que Peña Nieto es ilegítimo, aunque ya nada se pueda hacer al respecto, pues así habrá que seguir. Peña Nieto es un presidente espurio como antes lo fue Calderón, como no lo sería López Obrador si hubiese ganado. Como no lo es Nicolás Maduro en Venezuela aunque haya protagonizado el fraude electoral más sonado del siglo, y no a base de votos comprados como presuntamente hizo el PRI, sino con votos inexistentes, maquinitas trucadas y cínico ventajismo. Nicolás Maduro es revolucionario como nosotros. Raúl Castro es revolucionario como nosotros. El Che seguirá en nuestras boinas y camisetas. Stalin seguirá en nuestras pancartas. Si hay que seguir diciendo que las autoridades nos reprimen, aunque sigamos haciendo desmanes y nadie nos meta a la cárcel por un freudiano prurito a ser llamado represor, pues a seguirlo diciendo. Si hay que seguir saliendo a la calle con petardos y tubos, tengamos el cuidado de esconder el rostro con pasamontañas y continuemos con el argumento de que son los medios de comunicación vendidos al gobierno quienes nos "criminalizan" en una vil y tenebrosa campaña de odio.

El hombre nuevo ya envejeció. Y por lo visto no lo hizo de la manera más elegante. El hombre nuevo mexicano ahora usa las mismas estrategias del hombre viejo cubano. Copia sus diseños y su discurso. Es igual de entusiasta, torpe, irreflexivo, irresponsable y arrogante. Culpa siempre a los demás de sus metidas de pata y siempre tiene un buen pretexto al alcance de la mano para justificar el por qué las cosas nunca salen como deberían salir.

Los veo declarando ante los micrófonos de Aristegui, y casi puedo adivinar sus actitudes y decisiones si un día, ya no tan juveniles, llegasen a tomar el poder de la nación como lo hicieron sus ídolos, los Castro y Chávez. Tener siempre la razón es una carga demasiado pesada para los hombros de un revolucionario, como tentador es el derecho a exigir las cosas por la fuerza y a jamás tener que rendir cuentas por las aberraciones propias.

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